viernes, 15 de noviembre de 2013

Mi Primer beso y algo más...



yo era una adolescente muy tímida, y también  lo era mi primer novio. Cursábamos el bachillerato en una ciudad pequeña, y llevábamos seis meses de novios. El noviazgo consistía sobre todo en tener las manos húmedas de tanto tomárnoslas, realmente ver películas en vez de besuquearnos, y hablar boberías. En muchas ocasiones estuvimos a punto de besarnos-ambos teníamos unas ganas tremendas de hacerlo-pero ninguno tenia el valor de tomar la iniciativa.

Por fin él decidió lanzarse al ruedo un buen día, mientras estábamos sentados en el sofá de la sala de mi casa. Cuando decidió arrimarse estábamos hablando del calor que hacia(¡en serio!). Como me tape la cara con un cojín para bloquear el avance, ¡él terminó besando un pedazo de tela floreada!
Yo deseaba mucho ser besada, pero estaba demasiado nerviosa para dejar que él se acercara. De modo que me corrí hacia el otro extremo del sofá y él siguió mi ejemplo. Luego nos pusimos a hablar de la película, y él hizo su segunda intentona. Lo volví a bloquear.

Llegué al final del sofá. Él también.

Volvimos a entablar conversación. Cuando hizo su tercera intentona.... me levanté. Parecía tener resortes en las piernas. Me fui al portón de entrada, me recosté contra la pared, crucé los brazos y le dije con impaciencia: ||Bueno, ¿al fin me vas a besar, o no?||.
¡Claro!, contestó. Así que me paré derecha, cerré los ojos, fruncí los labios, y levanté el rostro. Esperé...y me quedé esperando. (¿por qué no me besaba?) Abrí los ojos; en ese momento se me venia encima. Sonreí.

¡ME BESO LOS DIENTES!

Puede haberme muerto.

Él se fue.

Muchas veces me pregunté si él les habría contado a sus amigos acerca de nuestro infortunado encuentro romántico. Como yo era extremada y dolorosamente tímida, terminé escondiéndome durante los siguientes dos años, lo que dio por resultado que no volviera a salir con ningún muchacho durante el resto del bachillerato. De hecho, si llegaba a verlo a él o a cualquier otro chico buen mozo mientras caminaba por los pasillos del colegio, me escondía en el primer salón que encontraba, hasta que hubiera pasado. ¡Y eso que les conocía a todos desde el jardín infantil!

En mi primer año de universidad decidí dejar de lado la timidez de una vez por todas. Deseaba aprender a besar con desenvolvimiento y donaire. Lo logré.

En la primavera regresé a casa. Decidí concurrir al café bar que estaba de moda, y al entrar me encontré ni más ni menos que con mi amigo del beso en los dientes, sentado en una de la butacas del bar. Me acerqué a él y le di una palmadita en el hombro. Sin remilgo alguno, lo tomé entre mis brazos, lo recosté sobre el espaldar de la butaca y le di un apasionado beso. Enderecé la butaca y lo miré victoriosamente a los ojos, diciéndole al mismo tiempo: ||¿Y qué opinas de eso?||.

El se limitó a señalar a la mujer que estaba a su lado: ||Juana Maria, te presento a mi esposa||, dijo.


                                                                                                                    Mary Jane West-Delgado

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